La graciosa. La plaza de toros del volcán.

De todos es sabido que plazas de toros las hay de todo tipo, si bien cada una de ellas es única y majestuosa: antiguas y monumentales, más modernas y cómodas, o bien aquellas que por su ubicación las convierten en una construcción insólita, y todas hechas a imagen y semejanza de las gentes que la pueblan. 


Con este artículo me gustaría comenzar una serie que dará repaso a los cosos que, aunque no sean conocidos por el gran público, sí resultan curiosos para todo el que se anime a leer sus líneas, buscando siempre la exclusividad de la construcción, y no tanto fijándome sobre la repercusión de lo que en ellas sucede.


Dicho esto, hoy me centro en la Plaza de toros de  La Graciosa, ubicada en las muy lejanas, y más taurinas, Islas lusas de Las Azores. 


Es curioso que en una isla pequeña y eminentemente plana, sobresalga imponente un volcán cubierto de verde vegetación que le dan al entorno un aire aterciopelado y místico.

Pero cuando la sorpresa nos asalta es al descubrir que en su cráter, hoy dormido, descansa una preciosa plaza de toros. Sería demasiado obvio hacer la comparación poética, más o menos acertada, y con cierto aire ñoño, de que los tendidos podrían entrar en erupción al rugir con fuerza celebrando una gran faena, épica como el entorno. Sin embargo sí quiero resaltar, que a miles de kilómetros de distancia, La Graciosa quiere mantener vivo el principal cordón umbilical que le mantiene sujeto, y unido, al Portugal continental. La tauromaquia, cuya máxima expresión son las touradas, y que sobreviven en estas islas remotas con toda la vitalidad que su gente puede desarrollar. 

En el medio del mar, sobre un volcán, descansa dormida una plaza de toros. La graciosa. La plaza de toros del volcán.

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